Hablar de infancia también es hablar de territorio, lengua y resistencia

Hablar de infancia también es hablar de territorio, lengua y resistencia

En un país multicultural, hablar del Día del Niño no puede ser un acto vacío ni uniforme. Aquí, donde habitan diversos pueblos originarios, cada uno con su lengua, territorio e historia propia, el significado de esta fecha adquiere una dimensión más profunda.

Ser niño o niña indígena no solo implica crecer en un territorio; también conlleva cargar con la memoria de su pueblo: su lengua, su cosmovisión, y muchas veces, con la lucha constante por existir con dignidad.

Para las niñas y los niños de comunidades indígenas, la infancia no es solo una etapa de crecimiento, sino una vivencia en medio de desafíos que los excluyen de muchas formas. Crecen hablando una lengua que no aparece en los libros, caminando en territorios que son cuestionados, y aprendiendo historias que pocas veces aparecen en las escuelas. Esta realidad no es una excepción, es el resultado de una historia larga de despojos y silencios impuestos.

Frente a esto, no solo se trata de celebrar su día. Es necesario hablar de sus derechos, que no son algo lejano o sin sentido, es un acto urgente y político. Se trata de que puedan crecer sin tener que renunciar a su lengua, sus saberes y sus modos propios de ver y entender el mundo, significa que puedan aprender desde una educación que no los obligue a cambiar ni adaptarse, sino que los reconozca y los respete, significa que puedan acceder a servicios de salud que respeten su cultura y puedan tener voz en las decisiones que afectan su vida.

Cuando se protege la lengua de una niña o niño, se protege la historia de un pueblo. Cuando se respeta el territorio de un niño se respeta una forma de vida. Cuando se garantiza el derecho a ser, entonces podemos empezar a hablar de un país que cuida su infancia.